Imagínatelo.

Te encuentras detrás de unas cortinas, ¿un telón?, si, por ejemplo, un telón.

Vestida con una ropa que no es la habitual, que no es la ropa de casa, ni es la de cuando sales a cenar o cuando vas a comprar el pan, no, es otra distinta, ni siquiera huele a ti, pero qué cosas tiene esto, que la sientes como tuya, como la habitual, como si fuera la de casa, como si fuera la de salir a cenar o la de comprar el pan.

Estás esperando impacientemente. Con personas a tu lado que jamás olvidarás y con las que conectarás, más con estas que con las de la vida real.

Te encuentras llena de emociones, de nervios incontrolables que notas en la tripilla.

Todos juntos, ahí, en esa «casi oscuridad» , con pequeños rayos de luz que entran por las cortinas de los focos ya preparados, y dan en la cara, y notas el brillo de tus ojos y el brillo de los ojos de tus compañeros/as.

Estás preparadísima, con tu vestuario, con tu personaje integrado, con todos los ensayos y la información que llevas encima, das besos y abrazos a tus compañeros para desearles y decirles «venga todo va a salir bien, perfecto, pero sobre todo, disfrutad».

Siempre, pero siempre, y si digo siempre, es ¡siempre! , hay algún compañero/ra, que asoma un ojito a través de la cortina y dice «¡está lleno! ¡hay muchísima gente!» y te vuelven a subir los nervios por la tripilla. Esto es así. No se puede evitar.

Empiezas a hacer movimientos de calentamientos, respiraciones (por si sirvieran de algo), le das la mano a la persona más cercana que tengas al lado (hacedme caso que esto si que sirve), cerráis los ojos, respiráis juntos, a la vez, mientras escuchas a la gente sentarse, tosiendo, diciendo «¡qué teatro más bonito! nunca había estado» , «¡qué ganas de que empiece!» , «cariño, ¿has puesto el móvil en silencio verdad?»…

Y te vas concentrando… y va creándose un silencio… un clima…  tanto aquí dentro como ahí fuera.

Y va llegando el momento.

Un momento que no se va a repetir jamás, porque por más veces que salgas ahí fuera con todo lo ya dicho, nunca habrá un día que pueda repetirse, que pueda ser exactamente igual.

Mirad, cada día hay personas ahí fuera muy diferentes, que te miran, te observan, te critican, te juzgan, te sienten, te todo, pero siempre son diferentes, entonces, igual que tú les das a ellos algo, ellos (aunque no lo creáis) te dan mucho a ti.

Con lo cual y, resumiendo, todos los días se crea una atmósfera irrepetible, una energía única.

Y quien lo vive, lo sabe, y casi no se puede ni contar, solo vivir y sentir.

Porque no hay nada más bonito que poder sentir «esa» energía y, encima, poder compartirla.

Se apagan las luces.

Oscuro.

Sales.

Te colocas.

Respiras.

Luz.

Silencio. Y ocurre todo lo que tenga que ocurrir.

Miles de emociones que no paran de subir y bajar tan rápido como una montaña rusa, y es real, es tan real como la vida misma.

Oscuro.

Luz.

Aplausos.

Y esta es otra sensación que os debería de contar a parte porque… creedme, es preciosa esta sensación joder.

Vitalidad al completo dentro y fuera de tu cuerpo, de tu mente, de tu piel ¡sí! he dicho piel.

Respiras profundamente y sigue habiendo nervios, pero es otro tipo de nervios, nervios de «¡me encanta hacer teatro y quiero hacer la próxima ya!»

Besos con tus compañeros/as, abrazos, más besos, saltos, alegrías, etc, etc, etc.

Y te vas a casa, te acuestas en la cama (como si te hubiese caído un edificio entero encima del cansancio), pero piensas «sí, me merece la pena seguir aquí, y voy a seguir, porque estos momentos no los cambio por nada del mundo».

Por todo esto, y por mucho más, imposible de explicar en un simple folio, no dejo de hacer teatro, entendedme.

Por un segundo: imagínatelo.

 

Kensit Peris.